¿Cómo
se hace para pasar un elefante sin que nadie se dé cuenta?: - hay que pasarlo
en medio de otros elefantes- es la respuesta.
Algo así funcionan los medios de comunicación, si se conoce cuáles son sus
intereses.
Si algo se ha aprendido en estos últimos tiempos ante tanto bombardeo
de información, es saber que no son objetivos. Primero se analiza cómo se
instala una información (llamada
‘operación de prensa’) y luego cómo se repite y se repite por televisión en
cable. Esta información puede ser sobre deportes, espectáculos, política,
inseguridad. El punto es cuál es el grado de creencia de la gente en ese tipo
de mensaje.
Sobre esto último se han hecho desde la publicidad infinitos
experimentos. La propaganda en una sociedad de consumo, está medida. Está
dirigida a determinado sector de público y en horarios ya establecidos. El
principal público para que gaste y compre son los niños y los adolescentes, por
allí se comienza a disciplinarlo – como hábito- por los medios. Son la fuente
para que se transformen en una máquina de desear. Marshall MacLuhan decía que ‘el medio era el
mensaje’, hoy eso ha sido superado por la tecnología en los cambios sociales
que ha producido.
Lo que le llevó a la televisión desde 1950 veinticinco años
en conquistar un público (léase mercado), a la TV por cable le costó la mitad,
y en internet a partir de la década del 90, solo lo ha hecho en cinco años,
para concluir con la telefonía celular en forma más instantánea. Si el mensaje
fuera solo la publicidad solo sería un uso del modelo en como la tecnología
influye sobre la vida de la gente; pero cuando se analiza cómo esos medios
están dirigidos en forma intencional sobre la emociones de la gente, ya
entramos en otra dimensión para tratar de entender hasta dónde se la quiere
manejar. De otros estudios que se han realizado de los medios son la proyección
de lo que la gente quiere creer. Una campaña de difamación (en algo político ó
moral) se potencia cuando a la gente le sirve para convencerse. Esto es lo
nuevo que apareció en esta última década.
Existen técnicas de propaganda que se comenzaban a
utilizar en los regímenes totalitarios, en la década del 30 (la radio, el cine),
pero también desde aquel programa de radio de Orson Welles (donde transmitía la
invasión de Marte a la tierra en una adaptación de ‘La guerra de los mundos’ de
H.G. Wells), donde la gente al escuchar el programa salía a las calles
aterrorizada de miedo creyendo que los marcianos estaban invadiendo las
ciudades de EEUU. Como director de cine luego dirigió ‘El ciudadano’ (1941),
donde mostraba como un dueño de un diario tenía el poder. El poder de manipular
y controlar.
Mucha de la información cumple la función de confundir, pero antes hay que entender por qué los medios de comunicación han quedado en pocas manos. Desde allí se puede entender cuál es su nueva función no solamente sobre el control de la opinión pública, sino sobre el condicionamiento de la salud mental de la población. Imponer el miedo, la intranquilidad, repetir hasta el hartazgo situaciones donde los sentidos (especialmente el de la vista) se impactan por las imágenes, son algunas de las nuevas formas de lo que se llama era digital.
Hace poco tiempo que se presta atención de cómo los medios pueden
cambiar el humor y el estado anímico de una sociedad. Ya no es solo una
‘sobredosis de TV’ (en cómo se la puede estupidizar con el entretenimiento), es
comprender lo que saben (esa corporaciones de medios) del estado maleable a la
que se puede someter a la gente, distrayéndola de lo que está sucediendo en el
país.
Carlos Liendro
Mayo- junio 2016
(Pulsacion- Número 13)
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